dilluns, 5 de desembre del 2011

Sopa de miso con almejas alienígenas

Dicen que los chinos se comen todo lo que se mueve sobre la tierra... y los japoneses todo lo que se mueve bajo el mar. Y tienen toda la razón. Nunca como en Japón me he sentido tan marciana con la comida.

Parar en una estación de servicio después de una paliza de autopista entre Fukiyama y Tokio puede llegar a ser una experiencia inolvidable para una gourmet acostumbrada a la dieta mediterrania como yo. Entramos en el supermercado con un hambre de mil demonios, dispuestos a arrasar con todo lo que se pudiera masticar. Lamentablemente, para nuestra estupefacción, no encontramos prácticamente nada que se pudiera identificar como remotamente comestible para un occidental. Todo eran encurtidos de algas de todos los gustos y sabores, gelatinas de colores extraños y pescados secos en salazón. Ni una maldita bolsa de patatas, ni frutos secos, ni fruta aunque fuera una banana... Después de vueltas y vueltas, encontramos un puesto de venta de castañas que abordamos sin contemplación dejando a la pobre castañera nipona al borde de un ataque de nervios.

Pero para ver bichos raros supuestamente comestibles, nada mejor que el mercado del pescado de Tokio. La mejor hora para visitarlo es a partir de las cinco de la madrugada, que es cuando llega la pesca. Las instalaciones son brutales y está relativamente cerca del barrio financiero y comercial de Giza. Caminando se tarda sólo un cuarto de hora. Todas la guías turísticas recomiendan su visita pero pocas avisan de que los extranjeros no son bien recibidos y que a los trabajadores del mercado no les gustan nada las fotos.



Llegar hasta la entrada del mercado es muy peligroso. Constantemente están circulando vehículos cargados de palés de pescado que no respetan ni los límites de velocidad ni a los peatones. Muchos turistas han sido atropellados por ir mirando las musarañas y, aunque está todo muy bien iluminado, los conductores no hacen el menor esfuerzo en pisar el freno, sobre todo si se les pone a tiro un extranjero.Yo tuve suerte y sólo me rociaron de pies a cabeza con una manguera.

Una vez dentro, el espectáculo es increíble. Lo de menos son los gigantescos atunes desangrándose en el suelo mojado. Lo mejor es la cantidad de bichos raros del mar que llegan a pescar y que sorprendentemente también llegan a comer. Puedes pasear entre las paradas mientras no molestes a los vendedores. Si te paras a hacer alguna foto, acostumbran a mirarte con mala cara y a amenazarte con un gran cuchillo afilado para después reirse de la cara de espanto que pones.






Y después de la visita, que nunca acabas de hacer porque la lonja es inmensa, lo mejor es desayunar en los chiringuitos de alrededor del mercado. Son muy económicos y tienes la seguridad de que el pescado que comes es fresco. Si no le haces asco a nada, lo mejor es arriesgarse e imitar a los autóctonos a la hora de pedir. En algunos restaurantes sólo sirven un plato de pescado irreconocible pero muy sabroso acompañado de una sopa de miso. En esta web comerjapones.com encontraréis la receta de la sopa japonesa más famosa.
Kampai.


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